La sartén

La sartén era un elemento que le producía cercanía. La sartén, la olla, el tenedor, la cuchara, el pimiento, la leche de avena, el ordenador, la tablet, el libro electrónico, los libros de papel, el papel higiénico, el sofá, la montaña de cojines, la tetera, el mate. Todos ellos tenían más conexión con él, que cualquiera de sus amigos o situación relacionado con el mundo exterior. Todo lo que sucediera de las puertas de su hogar  hacia fuera, ya no era de su incumbencia.

Desde que ella se había marchado, sólo se rodeaba de sus electrodomésticos y cacharros del hogar y sólo abandonaba la casa ante situaciones de extrema necesidad, es decir para ir a trabajar o ir al súper.

En un momento de lucidez, o de máxima preocupación, ante la deleznable situación en la que se encontraba, decidió abrirse una cuenta en uno de esos chats para conocer al amor de tu vida o al polvo de una noche. Se abrió una en Tinder y otra en Ok Cupid. Nunca llegó a usarlas.

Cuanto más se proponía seguir  adelante, más le echaba de menos. A ella, a su vida pasada. Echaba de menos aquella vida sencilla en la que apenas necesitaba escudriñar en lo hondo de su ser para encontrarse con su yo más íntimo, tampoco necesitaba reconocer sus miedos, ni sus debilidades. No necesitaba ni le apetecía hacerlo, porque había alguien a su lado que le llevaba por la senda del amor, y el resto le importaba bien poco. Era feliz. Había sido feliz. Hasta entonces.

Anhelaba aquellos días en que la rutina les carcomía y ya no tenían nada que decirse. Incluso recordaba con cariño el último período de la relación, aquél en el cual ella dormía con  pijama para que él no pudiera ni siquiera rozarla.

Álbumes y vídeos de vacaciones con los padres de ella, veranos en Mallorca, selfies en Marrakech durante el puente del 1 de mayo del 2009, reuniones con los amigos de la escuela, quedadas con los amigos de ella, cena de primos en navidad.

En definitiva añoraba el sosiego de la rutina, bendita rutina.

En aquellos días por aburrido que parezca, tenía algo de lo que hablar, algo que contar : “Tengo novia desde hace 6 años, vivimos juntos, trabajo en un estudio como diseñador industrial. No me gusta mucho pero me pagan bien y la ciudad en la que vivimos me encanta, se respira libertad”.

Había repetido tantas y tantas veces el mismo discurso que le resultaba imposible cambiarlo. Ahora, a sus 34 años no tenía ninguna historia, más allá de la desgracia de la soledad abismal a la que se enfrentaba cada día.

Todos sus amigos estaban casados y con hijos. Con los ojos clavados en el presente, en la vida rutinaria y feliz.

Pero él, no tenía nada. Ni siquiera a él mismo. No podía reconocerse al mirarse en el espejo, no había reflejo. Aparecía alguien ahí que no era él. Un espectro.

¿Pero, desde cuando sucedía aquello? ¿El día que ella salió de su vida? ? ¿O bien había empezado mucho antes, y era ahora cuando se percataba de su desaparición como ser terrenal? No tenía respuestas, vivía confundido desde entonces.

Sea como fuere, allí estaba él sentado en su butaca con una copa de vino apoyada en la mesa; fumando cigarrillos como si fueran palomitas mientras los recuerdos le consumían cualquier resquicio de esperanza. ¿Hacia dónde continuar? Y sobre todo,¿Cómo?

Sus días eran todos iguales. Tras ocho horas en el estudio regresaba a su apartamento, ese lugar conocido y extraño a la vez, dónde se sentía arropado por todos esos objetos que ella un día utilizó. Sartenes con  las que cocinó, la cama en la que durmió, el balcón en el que fumó, desayunó, folló…Los cubiertos con los que se llevaba  la comida a la boca. No había cambiado nada de lugar, todos y cada uno de los muebles y objetos en esa casa albergaban la personalidad y el recuerdo de ella.  Los cuadros que colgaban de la pared, los juegos de café, los tazones de la sopa. Todo.

Todo, excepto la colección de vinilos que ahora se había quedado coja porque  ella se había llevado los suyos. Podría habérselos llevado todos, pensaba.

No iba a pinchar de nuevo los discos que un día fueron la banda sonora de esa historia. Apenas necesitaba la música, sus pensamientos inundaban el silencio hasta hacerle caer en el agotamiento más profundo. Un día más, era un día menos. Un día menos por vivir, se decía.

Lo único que le brindaba un poco de sosiego era cocinar en las sartenes que ella había utilizado, beber de las copas en las que ella había bebido, calentarse con el radiador eléctrico con el que ella se había calentado, y fumar. Fumar cigarrillos como si fueran palomitas. A puñados. Un día más, un día menos. Y así, incesantemente.

En otro momento desesperado por salir a flote, pensó en adoptar a un perro, amaba a los animales y, a los perros por encima de todas las cosas. Vio resquicios de felicidad en dicho deseo.  Finalmente, acabó descartando la idea del perro, como descartó en su día, la idea del chat.

Sabía que no estaba en condiciones de cuidar a nadie, menos aún a un perro indefenso. .  No tenía nada que ofrecer, ni amor propio le quedaba.

Al anochecer fumaba y fumaba hasta caer abatido por sobredosis de nicotina. Abrumado por sus pensamientos agolpados, por los flashes de fotogramas desteñidos, por las conversaciones repetidas en cada una de las habitaciones, por esas sábanas que todavía exhalaban olores que poco a poco se desvanecían.

Y de repente, un momento justo antes del colapso, conseguía cerrar los ojos y desplomarse en la cama, quedándose así  inmóvil, hasta la mañana siguiente. Un día más, un día menos. (Continuará)

Astronáutica

Periodista especializada en la creación de contenidos para medios online y en redactar artículos de viajes. En la actualidad con un nuevo proyecto entre manos, una revista digital con sede en Berlín. Más info próximamente!!

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