El ego va al consultorio

Poco a poco empezaba a recordar las razones que le habían llevado a dejarlo con su pareja. Razones que durante los dos últimos años que estuvieron juntos no cesaron ni un solo día de
resonar en su cabeza. Hasta el día en que lo dejaron. Ese día se esfumaron todas.

La soledad tomó su apartamento, ni cocinar, ni tomar una copa vino mientras escuchaba el Kind of Blue, ni degustar unos quesos, ni tomar un baño, nada. No disfrutaba de nada.
En su casa reinaba el silencio, el dolor era quién tenía la primera palabra del día y la última de la noche.
El muro enfrente de su balcón no ayudaba. Más interno que ese muro, solamente sus entrañas lo eran.
Y eso que a días parecía que las llevaba colgando hacia fuera, arrastrándolas por el suelo.
Qué dolor de invierno. Qué tormento incesante. Las entrañas caravista estaban de moda.

Justo cuando parecía que lo peor había pasado, cuando su nueva obsesión era limpiar el apartamento a la que tenía 10 minutos libres. Justo cuando ya había aprendido a leer el tiempo que hacía en la calle, tan solo con mirar al muro estéril que tapiaba toda vista, desde ese maldito balcón interno.
Ese día, fue cuando él le dijo que había conocido a alguien, y que aunque no sabía que iba a pasar “era nice”.

Estacas de dolor se sucedieron otra vez, día tras día. 24/7.

Un dolor de pecho que no se iba le llevó a visitar un médico por semana, a veces dos.
Ninguno le daba un diagnóstico claro. Parecía que nadie se atrevía a decir lo obvio.

-Señora, a usted le han roto el corazón y por ende, tiene el ego bien tocado. Eso no se cura de un día al otro. Váyase a casa y deje de colapsar los consultorios. ¿Acaso se cree usted especial?

The passion of Ana by Ingmar Bergman (1969)

Astronáutica

Periodista especializada en la creación de contenidos para medios online y en redactar artículos de viajes. En la actualidad con un nuevo proyecto entre manos, una revista digital con sede en Berlín. Más info próximamente!!

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