Polución humanoide

Desde que nos echaron de malas maneras de la casa en la que estábamos ha pasado ya una semana. (En próximos capítulos explicaré el asunto del desahucio a la noruega, ya que ahora mismo es demasiado reciente para añadirle el tono de humor que requiere).
Mi nuevo hogar es una residencia en una granja escuela ecológica. Según tengo entendido es ese tipo de escuela para los jóvenes que andan perdidos en su vida. Resulta paradójico que yo haya acabado aquí, 
Ahora la mayoría están de vacaciones por lo que el ambiente es diferente del que se vive durante el resto del año. Me he cruzado con un par de chicas desde que llegué. En la habitación de al lado viven dos chicas noruegas gritonas con extra de maquillaje en la cara y muslos turgentes. El otro día pase por delante de su habitación y aluciné con todo lo que tenían dentro. Un microondas, una tele con pantalla de plasma gigante, un perro, una jaula gigante con un conejo dentro. Todo esto decorado con bolsas de galletas y patatas de bolsas vacías esparcidas alrededor a modo de confeti. Seguí caminando hacia las escaleras que bajan a la primera planta mientras intentaba poner cara de normalidad.
El recinto emana un ambiente extraño y no lo digo sólo por la escena de las granjeras nórdicas. Hay varios edificios,  cocinas completas, salones, salas de estudio… Todos ellos vacíos, factor que le añade un toque de desolación al entorno. El olor a rústico revenido no invita a la sensación de confort. Los cubos de basura para compostaje en la entrada, tampoco.
Tras una jornada de 11 horas de trabajo tampoco me importa mucho lo que suceda a mi alrededor ,sólo aspiro a una ducha abundante, tirarme en la cama y hacer algo que me entretenga durante el rato previo al sueño. 
La pasada noche salí a dar un paseo por los alrededores, el entorno es idílico hay que reconocerlo. Y aunque todavía no he logrado conectar con la naturaleza, sigo intentándolo. Por eso, decidí echar una birra en mi mochila y salir a caminar.
Cruce la carretera y caminé en dirección contraria al pueblo, en un minuto y medio de caminata estaba en la orilla del río viendo pastar a las vacas al otro lado. Quería llorar de alegría ante la estampa que mis sentidos estaban viviendo. Pensé que conectar con la naturaleza tenia que ser algo parecido a eso.
Ya de regreso a mi nuevo “hogar”, me encontré  con una chica de unos 36 años sentada en la entrada dela residencia y fumándose un cigarrillo. Una de las reglas que me remarcaron antes de instalarme ahí fueron: NADA de fumar y  nada de beber. Así que ante tal escena le pregunté si se podía fumar en el recinto.
En ese momento una cara enervada de la que salieron un par de ojos islandeses y vivarachos, me dijo: -Mientras no te vean…
De no haber sido porque la expresión de su cara era más bien la de una psicópata en potencia, no hubiera dudado en declararle mi amistad absoluta y de forma temporal a la chica en cuestión. Pues no hay nada que merezca más mi respetos y admiración que aquellos que transigen las reglas y lo establecido como tal. Pero había algo en ella que no iba bien o eso es lo que yo interprete basándome en mis dotes de psicóloga argentina.
No se en que momento pasamos de la conversación banal de ascensor a debatir sobre la situación actual de Europa, la crisis y derivados. Fue todo tan rápido que no podría reproducir el momento de transición entre un tema y otro. El caso es que sus rotundas opiniones acerca de la inmigración en Islandia me produjeron escalofríos y ganas de vomitar. 
Inmigrantes fuera, políticos que roban a la horca. Ese era su mantra.
Intenté explicarle de manera diplomática que sus puntos de vista eran impropios y simplistas, pero ella no podía parar de repetir lo mucho que deseaba que los inmigrantes abandonaran su país. Estaba agitada.
 Decidí que aquello no iba a acabar bien, y que no eran horas para aguantar a una inmigrante islandesa en noruega, despotricando de otro inmigrante lituano en su país. Le pregunté su nombre para intentar cerrar el encuentro de manera educada. Su nombre era como el español Tatiana pero con cientos de consonantes intercaladas que lo hacían impronunciable,  al menos para mí, una inmigrante española en Noruega. Le di la mano y me retiré a mi habitación, una vez más, intentando poner cara de normalidad.
Me meto en la cama debatiendo con mi persona los pros y contras de vivir en Escandinavia, pues llevo días haciendo balance y el resultado es que esto no es sano por muy puro que sea el aire que se respira, o por muy buenos que sean los sueldos.
Cierro los ojos,fundido a negro. Mañana más.

Astronáutica

Periodista especializada en la creación de contenidos para medios online y en redactar artículos de viajes. En la actualidad con un nuevo proyecto entre manos, una revista digital con sede en Berlín. Más info próximamente!!

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